La Navidad es una época mágica, llena de tradiciones y alegría. Pero si hay alguien que vive esta temporada con una emoción desbordante, son los niños. Para ellos, los adornos navideños no son solo objetos bonitos; son portales a un universo de fantasía, donde la ilusión es la protagonista.

Observar a un niño frente a un árbol de Navidad recién decorado es un espectáculo. Sus ojos se abren de asombro ante el resplandor de las luces, que parecen estrellas atrapadas en las ramas. Cada esfera, cada guirnalda, y cada adorno se convierte en un tesoro, digno de ser tocado, analizado y admirado. Es en ese momento cuando la imaginación vuela: las figuras del pesebre cobran vida, los duendes se esconden entre las ramas y los renos parecen listos para alzar el vuelo.

Esta temporada nos regala la oportunidad de reconectar con esa magia infantil. Dejemos que nos ayuden a colgar los adornos, que decoren galletas con formas festivas y que nos cuenten las historias que sus mentes creativas inventan. Porque, al final del día, la verdadera belleza de la Navidad no está en la perfección de la decoración, sino en el brillo que se refleja en los ojos de un niño.